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miércoles, 25 de noviembre de 2020

Atticus, el chico difícil (R)

De Michael Sussman. Ilustraciones de Julia Sardá. Traducción de Pilar Adón. Editorial Impedimenta. Madrid, 2020.



En palabras del autor “es la historia de humor negro de un niño ingenioso que se enfrenta a padres negligentes que no se preocupan cuando es devorado por una serpiente: ni escuchan ni responden a sus necesidades. Es mi homenaje a The Shrinking of Treehorn (Tristán encoge), de Florence Parry Heide”.

Y es que, en 1971, la escritora citada, publicaba ese libro (ilustrado por Edward Gorey) donde un niño que de pronto empezaba a encoger, se lo decía a sus padres (y maestra, director y secretaria del colegio) y no solo no le hacían caso sino que le pedían que se dejara de tonterías y solucionase “eso” cuanto antes. Y es él solo el que tiene que encontrar la solución ante la pasividad de los adultos que lo ven como un niño dando problema.

También David McKee, en “Not now, Bernard” (Ahora no, Fernando), en 1980, planteaba ese tipo de padres ¡tan! ocupados que pasara lo que pasara, ni se daban cuenta de las demandas de su hijo, incluso si se lo comía un monstruo, como era el caso.


En cualquier caso, Sussman plantea la historia de un niño difícil donde realmente los difíciles son los padres. Si en el caso del niño menguante los padres pensaban que el pequeño encogía intencionadamente: "Quizás lo está haciendo a propósito, solo para ser diferente", en el caso de los padres de Aticus (y los vecinos con quienes se encuentran en el paseo), lo que le pasa al niño es que tiene mucha imaginación y por eso es un niño difícil.



Si bien la historia “termina bien”, Atticus consigue expulsar a la serpiente, hay como resultado del aprendizaje una cierta tristeza, tal vez el niño ha perdido la ingenuidad y entiende que ha de controlarr su imaginación, por lo que la ilustradora remata el momento con un armario bloqueado con traviesas para que nada vuelva a salir de ahí. Así se convierte la historia en un viaje iniciático en el que el protagonista asume que deberá llevar sus propias riendas ya que no puede contar con sus padres.

No cabe duda de que es un álbum brillante, excelente, exquisito. Y es que se trata de un texto y una ilustración que utilizan los mismos elementos, cada uno en su terreno, consiguiendo un todo perfectamente acabado. A saber:

*los personajes están perfectamente definidos: los comentarios entre la pareja, hacia el niño… unos snobs de los que se alegran por tener que llevar al niño al especialista y, sobre todo, comentarlos con los demás; eso está perfectamente recogido en unas caras y gestos, incluso en el vestuario, donde la expresividad es la mínima y las poses las más chic.

*los detalles, con los que el escritor cuenta tanto en la historia (no dice que Atticus jugaba, sino que “estaba distraído construyendo un castillo de mondadientes”, dando tanta idea del personaje) y con los que la ilustradora ahonda en la personalidad de cada uno (ese bigote y patillas sin barba, ese pañuelo anudado al cuello).

*el ninguneo al niño con la pregunta, para "darle conversación", de “cómo te ha ido el día”, justo la pregunta de la que no nos interesa la respuesta; o el pedirle que utilice los cubiertos cuando Atticus insiste en que está tragado por la serpiente. Es como en las fotografías de los cuadros, la de Atticus lo presenta medio tapado por algo o alguien, y en la “familiar” a los padres se les ve muy bien y del niño los ojos, la frente y el pelo.


*el giro de perspectiva que se da cuando la pareja, que ha estado (y luego seguirá estando) retirada del hijo, se aproxima a él en la comida, como una pausa en el aislamiento que no es más que eso. Julia Sardá hace lo mismo cuando recoge a los personajes en planos frontales para hacer esa misma pausa en unos planos picados en los que el padre prepara la comida mientras el “niño devorado” juega a las damas con la madre.

*la ironía que se desprende de todo el conjunto, con esos padres que lo saben todo, aunque la evidencia les diga otra cosa, pero manda el libro. En las ilustraciones esto está más que plasmado, pero se remata con detalles, como la mascota de los vecinos (¡una rata!) que parece ser la única que se dé cuenta del peligro de la serpiente y quiera salir corriendo.

*lo minucioso del texto que debe crear tanto ambiente y dar tanto mensaje con la economía que exige el álbum; es como lo minucioso del dibujo del flequillo, las baldosas o las escamas de la serpiente, que muestran esa misma artesanía en el hacer de la artista.


Y por supuesto los homenajes, el del autor a la escritora Florence Parry Heide y el de la ilustradora que, si bien queremos que nos recuerde a Edward Gorey por la atmósfera que ambos crean, en las ilustraciones hay muchos referentes y a mí me gusta especialmente esa escena dentro de la serpiente con el fondo en negro y los elementos armoniosamente desordenados con reminiscencias de Tomi Ungerer.

Y podríamos seguir buscando y encontrando, probablemente, más pasos sin pisotones en este baile entre Sussman y Sardá digno de premios. A ver si llegan.

ENLACES

José Carlos Rodrigo sobre la Editorial Impedimenta en “Proscritos”.

Web de la ilustradora Julia Sardá.

Web del autor Michael Sussman.

Entrevista a Julia Sardá en “Madresfera”.

Web de la editorial Impedimenta.

Booktrailers de la editorial con uno de Atticus.


Y MÁS...

(Pica en el recuadro para ampliar, claro)










 

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