Y una nueva estrategia:
A ver qué podría pasar con Tarro y con Ruido (la segunda ha surgido por el fuerte sonido de la r de la primera, ha venido como piedra en…):
Un tarro lleno de arroz salió rodando por encima de los guijarros de un riachuelo, repiqueteando con mucho ruido. Las ranas arropaban a sus renacuajos, los gorriones reían desde las ramas y una urraca rogaba que el tarro se rompiera y así poder robar el arroz.
Pero rápidamente un ruiseñor rodeó al tarro con un vuelo raso y lo arrastró hasta una roca marrón. Allí estaba Ramón, un niño rubio con un jersey rojo y una gorra rosa que agarró el tarro y lo amarró con una cuerda alrededor de la tapa. Su perro Roque corría y ladraba.
De repente, el tarro se rompió, el arroz se derramó y Ramón y Roque corrieron a casa.
El cuento, como fantástico, ha quedado poco lucido, solo que el sonido fuerte de la erre lo ha hecho ruidoso, pero muy divertido si lo leemos “en chino”, es decir, cambiando la erre fuerte por la ele.
***
Una técnica para sacar binomios, puede ser con una pizarrita de dos caras. Alguien escribe una palabra por un lado y otra persona una segunda palabra por el otro sin haber visto la primera. Ya tenemos el germen, ahora que salte la chispa. Si no se está habituado, podemos facilitar las cosas escribiendo por un lado un personaje (un animal da mucho juego) y por el otro un aparato y ya solo hay que unir ambas palabras.
A ver este binomio: Araña / Coche
Una araña vivía en un coche desde que salió de la fábrica. Era un coche de octava mano, porque había tenido ocho dueños distintos, como patas tiene la araña, y a todos los había conocido.
Aquí se podría empezar a hablar de cada uno, pero las historias se separarían del binomio que las había generado… probablemente.
El coche estaba aparcado en el garaje. A oscuras. En silencio. Polvoriento. Aburrido. Entumecido. Añorando carreteras… Hacía mucho que lo habían olvidado. Casi no se acordaba de cómo se cambiaban las marchas.
De pronto, sintió un cosquilleo en su capó. Algo se acercaba hacia su parabrisas: ¡una araña!, ¡qué miedo!
¿Por qué había pensado lo del miedo, si a él no le asustaba ninguno de los bichitos? ¡Ah, ya! Por aquel escándalo que se montó el día que Pablito encontró una araña en el asiento de atrás.
La última vez que vio a Pablito, era ya todo un Pablo que entró en el garaje a por una llave inglesa y ni lo saludó. ¡Ay que ver, con la de sitios a los que lo había llevado conducido por su padre!
La cosa es que la araña ya estaba frente al cristal y se alisaba unos pelitos de la cabeza mirándose en el reflejo. El coche saludó a la araña que dio un salto de ocho patas. Cuando volvió a aterrizar, ya repuesta del susto, saludó también al coche, porque los sobresaltos no deben hacernos olvidar la buena educación.
Y comenzaron una conversación donde el coche le contaba las ganas de volver a viajar y la araña le decía que nunca había viajado y que también le gustaría conocer sitios nuevos.
“Pero ¿cómo podríamos salir de aquí?”, preguntó el coche. “Yo puedo trepar hasta el botón que abre la puerta del garaje”, le contestó la araña.
Y así lo hicieron. Mientras el coche se ponía en marcha, se revisaba el volante y los amortiguadores, comprobaba el buen nivel de gasolina y ponía a cero el cuentakilómetros, la araña trepó por la pared hasta el techo y se colocó sobre el botón. Y, con todas las fuerzas de sus musculosas ocho patas, pulsó, y escuchó el ruido que hacía la puerta al empezar a abrirse.
Al poco, la araña se había metido dentro del coche por una ventanilla que le había abierto su amigo y ambos comenzaron un emocionante y divertido viaje.
Doña Patas, la más antigua araña del jardín, se bajó de su telaraña, se montó en su coche y se dedicó a visitar a los vecinos y las vecinas que la habían llamado por algún problema.
Los años vividos le habían enseñado un montón de cosas porque siempre había estado atenta a todo lo que pasaba a su alrededor, para eso tenía tantos ojos. Y además había aprendido a hacer varias cosas a la vez, para eso tenía tantas patas.
Su coche, el “arañocoche”, estaba equipado con todo tipo de herramientas y utensilios. Así, cuando llegó a casa de la mariquita, sacó martillo y clavos y cuerdas, pintura y brocha, aguja e hilo, un abanico y un refresco con su cañita.
Y es que su “arañocoche” tenía un baúl de reparaciones, un costurero, la caja de pintora, los materiales para escribir, un kit de fontanería rápida, un aparato para ordeñar pulgones, una maza revientapiedras, unos instrumentos musicales para afinar el canto de los grillos, materiales de electricidad por si la luciérnaga se quedaba sin luz,… todo un coche especial para una araña especial.
Pues allí que entró en la casa de la mariquita.
Con dos patas, martillo, clavos y cuerdas hacía una cerca para las mariquitas pequeñas recién nacidas, no fueran a caerse de la hoja grande en la que siempre vivió su mamá. Con dos patas, pintura y brocha, fue pintándole las manchas a todas las crías, que habían nacido lisas para disgusto de su madre. Con dos patas, aguja e hilo de seda, del que ella producía, reparó una esquinita de la hoja grande que se había roto por la fuerza de las lluvias pasadas. Con una pata se abanicaba y con la otra se bebía un refresco que se tenía más que merecido.
Cuando terminó, recogió todo, subió a su “arañocoche” y emprendió camino a las tareas que le esperaban en casa del saltamontes.
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