miércoles, 20 de febrero de 2019

Cuadros de una exposición (R)

Colección Libro-disco. Editorial Kalandraka. Pontevedra. 2015.


Pocas veces estamos ante un libro de los que tenemos que recoger cinco autorías en otros tantos campos distintos. A saber:

Víktor Hartmann (5 de mayo de 1834; 4 de agosto de 1873) fue un arquitecto, escultor, ilustrador de libros, diseñador  y pintor ruso. Con una gran producción en cuadros, dibujos, bocetos, proyectos arquitectónicos, etc., resulta iniciador de lo que podría considerarse el estilo propiamente ruso en arquitectura. Su muerte temprana (a los 39 años) da pie a una exposición de su obra, con más de 400 pinturas, en la Academia Imperial de las Artes en San Petersburgo.



Modest Músorgski (21 de marzo de 1839; 28 de marzo de 1881) fue un compositor ruso miembro del grupo de Los Cinco, cinco músicos pertenecientes al movimiento nacionalista romántico en Rusia, en la búsqueda de obras de arte con identidad propia. Por ello se relaciona con artistas del entorno y la época, conociendo a Víktor Hartmann y quedando tan impresionado por su obra, tras visitar la gran exposición, y cuadros y dibujos que ya había conocido, que compone “Cuadros de una exposición”.



Giuseppe Sinopoli (2 de noviembre de 1946; 20 de abril de 2001) fue un compositor y director de orquesta italiano. Sus intereses se extendieron a distintas disciplinas, doctorándose en medicina y psiquiatría y diplomándose en arqueología. Por este incorporar intelectualidad a su trabajo (en sus composiciones y en la dirección) es considerado uno de los músicos más prestigiosos del siglo pasado.


José Antonio Abad (A Coruña, 1940) es un psicólogo y pedagogo, ya jubilado, especialista en proyectos educativos. Dirigió el Departamento de Divulgación de la Música en la Orquesta Sinfónica de Galicia. Además de dirigir otros varios proyectos relacionados con la música y la enseñanza, ha escrito distintos cuentos para niños y, especialmente, los de la colección “Libro-disco” de Kalandraka, en los que inventa una historia para acompañar la composición musical correspondiente.


Xosé Cobas (Logrosa, 1953) es un pintor, diseñador gráfico e ilustrador gallego. Comenzó a ilustrar en las páginas de la prensa diaria. A finales de los 80 se inclinó por la ilustración de libros infantiles y juveniles, sumando ya más de un centenar de títulos. Su obra se expuso en galerías de España, Europa y Latinoamérica. Ha recibido los premios Gourmand World Cookbook, Fetén, Díaz Pardo y Neira Vilas, y ha sido seleccionado en la lista The White Ravens.


Y así es cuando llegamos a este Libro-disco, ya que en la tercera de cubiertas trae un CD con la composición musical de la que hemos hablado y da título a esta obra.

O sea, que José Antonio Abad escribe una historia en la que una oca se separa de su grupo al pasar por delante del Museo de San Petesburgo, entra en él y se encuentra con la exposición de cuadros de Víktor Hartmann, concretamente los diez que dan lugar a los distintos movimientos de la composición musical, que creara Modest Músorgski, y que podemos estar oyendo mientras tanto por la orquesta New York Philarmonic bajo la dirección de Giuseppe Sinopoli, a la vez que nos dejamos envolver por las ilustraciones de Xosé Cobas en este recorrido de Ocazul. ¿Quién da más?


Para saber de los distintos movimientos de la suite, en la que se recrean musicalmente los cuadros y los “paseos” de uno a otro, en el blog de Vilma Sánchez Affigne,  VisBlog Magazine,    hay un análisis musical pieza a pieza muy interesante.


La época del pintor y del compositor y el movimiento de búsqueda de identidad de raíces propias de un arte ruso, nos llevan a una mezcla entre el romanticismo y el realismo y la suma del folklore. Esto va a estar presente en la narración que, con el pretexto del paseo de la oca por delante de los cuadros y su interrelación con ellos, va a situarnos en el contexto en el que se inspiró cada obra.



Más directo lo tiene el ilustrador, que combina en la misma imagen el dibujo preciso de un espacio, un edificio, unos personajes, con una atmósfera etérea (literalmente: poco definido y a la vez sublime) creando la ilustración precisa para entrar y moverte dentro del museo o del cuadro mientras escuchas el movimiento concreto, o para la “promenade” entre uno y otro.


Cobas ha podido repetir bajo el filtro de su pincel, algunos de los cuadros (que luego deshace y cobran vida particular cuando Ocazul está ante y dentro de ellos) que aún se conservan. De otros ha construido a partir de referentes del autor y la época su interpretación del posible cuadro original, todo en ese diálogo a veces apasionado a veces discrepante, que el movimiento artístico de entonces provocaba. 



En el principio del libro, cuando la oca empieza a ver la exposición, aparecen los diez cuadros seguidos. Luego, cuando va pasando de un cuadro a otro, vemos esas primeras propuestas alteradas. 




Por ejemplo, el de Baba Yaga reinterpreta el reloj que planteó Hartmann a la vez que le coloca las dos patas de gallina que definen la casa móvil de la bruja. Cuando la oca llega a ese cuadro, este queda colgado solo con el fondo y la bruja aparece con su casa corriendo y poniendo en peligro al animal.






En el texto encontramos la curiosidad, la fascinación por el arte, el costumbrismo, la fantasía, el miedo, la aventura… con oraciones sencillas pero con lenguaje cuidado, que parece propio de estar dentro de un museo. José Antonio Abad realiza una suerte de “binomio fantástico” como propusiera Rodari (uniendo oca y motivo del cuadro), inventando unas situaciones que llevan (como en el juego de la oca, pero al revés) de cuadro a cuadro, hasta la salida del museo.

  

Las ilustraciones van a permitir esa magia que supone entrar y salir de una imagen y vivir su aventura porque, como es seña de identidad en este magnífico ilustrador gallego, va a hacer convivir el trazo directo y concreto, la línea definida, el color en una zona limitada, el detalle más pequeño… con la zona abierta, la forma indefinida, el trazo libre, el color cambiante a lo largo de un espacio, la lealtad a la luz y las sombras, esa atmósfera que permite al “lector” (o mejor “mirón”) superar los contornos de la página y sentirse envuelto en la escena que se representa.


Algunos datos de interés:
“Cuadros de una exposición” era originalmente una colección de piezas para piano, suite, compuesta por Modest Músorgski en 1874.
Su nombre original era Suite Hartmann. Fue orquestada y arreglada por el compositor francés Maurice Ravel, entre otros.

La estructura de la composición musical es:


El boceto de “El ballet de los pollitos”  lo realiza Hartmann como vestuario para un ballet.
Como lo ve Cobas

En el cuadro de “los judíos” (Goldenberg y Schmuyle), el díalogo entre el ruego del pobre y la soberbia del rico se representa con la trompeta y la cuerda respectivamente.

Originales
Interpretación

El final, “La puerta de Kiev”, representa un proyecto de puerta conmemorativa (que al final no se construyó), en honor a Alejandro II, ya que sufrió un atentado en Kiev del que pudo escapar. La composición es una especie de himno de ejecución majestuosa en el que se incorpora el sonido de unas campanas.


El director de orquesta Giuseppe Sinopoli falleció mientras dirigía la ópera Aída, que se desarrollaba en homenaje a otro director de orquesta que había fallecido recientemente. 

Este libro recibió el Premio al Mejor Libro Ilustrado 2015 en la I Gala do Libro Galego.


En youtube podemos encontrar un vídeo con la música interpretada por la Chicago Symphony Orchestra y con imágenes entre las que se encuentran las que quedan de los originales de Hartmann. 





domingo, 10 de febrero de 2019

Adios Tomi Ungerer

Ayer falleció Tomi Ungerer. Pena. Mucha. Y algo de rabia.



Aquí le dedicamos una entrada para hablar de sus animales: 
Los animales de Tomi Ungerer

viernes, 1 de febrero de 2019

¡Quiero volar! (R)


De Pere Duch, Adrià Duch y Jènifer Solsona. Il. de Adriana Santos. Algar Editorial. Alzira (Valencia).



Alrededor de la idea de querer volar, que en muchos casos ha sido metáfora de búsqueda de la libertad (pero que aquí parece solo literal), estos tres autores componen una historia que, sin grandes brillos, permiten a la ilustradora un ejercicio de colores y formas donde destacan especialmente las expresiones de la cara de la protagonista.


El narrador es el primo de la niña que, venida desde Colombia (aunque no se utiliza para nada este particular origen), ocupa todas las páginas, lo que sitúa a este primo como narrador omniscente. La narración, sin embargo, no ofrece ningún guiño, ninguna emoción, ningún diálogo: es lineal, de oraciones  simples ( a lo sumo coordinadas), con solo tres adjetivos (imprescindibles) en todo el texto…


En resumen, es un texto plano y frío, del que no se sabe por qué nos lo cuenta el primo de la protagonista ya que es otro primo el que prueba uno de sus inventos, y del que parece que hay un interés en contar qué le pasa y hace Balma (la niña protagonista) pero sin ninguna implicación, incluida cierta crítica velada a no querer compartir sus cometas,, por lo que al pequeño lector puede que le quede la historia muy lejana.


No sabría decir si es porque es un texto consensuado por los tres firmantes (del que solo reconozco al primero como escritor) o un problema de traducción (de un posible original en catalán), que es lo que parece que ocurre en las oraciones que dicen: “No se lo pensó, abrió la jaula y dejó al pájaro volar en libertad. Balma se lo miraba ilusionada”. 


Así la ilustradora, Adriana Santos, tiene el difícil papel de darle calor y proximidad a la historia, y son sus dibujos, colores y enfoques (primer plano, picado,…) los que terminan presentando un álbum lustrado motivador, con una historia que ya puede interesar y que queda abierta a que pasara algo que le dé respuesta a las ganas de Balma de querer volar.