sábado, 6 de julio de 2024

Mesa redonda… con “esquinas”, en la Preferia del Libro de Cádiz

 En el artículo anterior, sobre la Feria del Libro de San Fernando, apuntaba mis ganas de seguir algo de la Feria del libro de Cádiz y luego apuntar algunas ideas que podrían sumarse a estos eventos. Una que tenía en mente era la de que las bibliotecas participaran y, mira por donde, la Biblioteca Adolfo Suárez de Cádiz había organizado una actividad adelantándose a la celebración de la feria gaditana dentro de lo que vinieron en llamar la Preferia del Libro de Cádiz.



El título resultaba muy atractivo, porque mucha gente cree que leer literatura sirve para aprender historia, especialmente los pequeños. Nada más lejos de la realidad. La literatura, si la ficción está bien documentada, puede darle al lector aspectos del contexto histórico del que se hable, pero también puede inculcarle errores cognitivos importantes que luego son difíciles de borrar de su imaginario, por lo que hay que enfrentarse a la ficción como tal, sin más pretensiones.



Creer que estos libros pueden servir para aprender historia, donde un joven Leonardo da Vinci es de la misma pandilla que la Joven Isabel I de Castilla entre otros, es un error de mucho bulto. De hecho, algo característico de la Literatura Infantil y Juvenil es la ilustración, y a veces estos dibujos han llevado a crear una imagen de la historia contada de distorsionada a incluso opuesta con su intención original. Si la princesa de los cuentos representa al niño o la niña que está protegida por unos padres, los reyes, en un lugar seguro, un castillo, las ilustraciones románticas las convirtió en tontas de color rosa con vestidos que les impiden moverse.



El colmo de los colmos es el caso de Hansel y Gretel, una historia de mujeres empoderadas (niña incluida) donde las ilustraciones de cubierta siempre representan al niño llevando de la mano a la niña, incluso en el título va delante él que ella, cuando va a ser Gretel la que corte todo el bacalao de la historia. 



Incluso en este caso, tampoco importan aquí los géneros, porque no se trata de quién es sino de qué representa cada personaje, el valor del arquetipo. Y aquí hay que recordar la singular predilección por el cuento de Cenicienta (se sea niño o niña) ya que es un personaje que nos permite conducir nuestros sentimientos de celo respecto a los hermanos y hermanas, sentimientos universales. Pero para cargarse esta función real e importante del cuento, ya digo, está una ilustración desacertada, un feminismo no reflexivo y Disney, que ha malconducido a generaciones de espectadores de sus películas. Por eso no es de extrañar que el historiador presente en esta mesa redonda aludiera a los cuentos de los Grimm como algo que hoy habría que cambiar, por su contenido machista “como el caso de Rapunzel”. ¡Ay, que pronto se habla del tema!



Volviendo entonces a la mesa redonda, pareció que a la moderadora no le dijeron el tema, solo que se iba a hablar de Literatura Infantil y Juvenil porque solo por el historiador en un único momento se aludió a lo de “la Historia a través…”. Y así fue que se habló de LIJ pero sonaba todo a muy antiguo: que dónde estaban las separaciones entre infantil, juvenil y adulto; que qué tenía que tener la LIJ para que fuera de calidad; que para qué se escribe; que qué había que hacer como mediadores; que si los canales de las redes sociales son beneficiosos o perjudiciales para la lectura… 



La mesa estaba bien pensada. Mirando la fotografía, de izquierda a derecha, hay una escritora, una docente y bibliotecaria de centro, una editora, una profesora universitaria de Didáctica y un historiador. 

Voy a recoger algunas aportaciones de las distintas personas de la mesa, hechas en momentos distintos y, con el peligro de estar fuera de contexto al ser entresacadas del coloquio, atendiendo a distintas preguntas o intervenciones de otros asistentes (de la mesa y del público que fue escaso pero participativo).



Ana Mayi, la editora (en el centro), como moderadora introdujo el tema buscando una definición de Literatura Infantil y Juvenil y expresando que era un debate aún abierto: “hay que reconocer su potencial no solo como elemento pedagógico sino también como posibilidad de disfrute”. Bien sabido que es justo lo contrario: la literatura es un vehículo de disfrute, de pasarlo bien leyendo (o escuchando) y, tangencialmente, tiene otras aportaciones para el lector, que no son precisamente pedagógicas.

Como moderadora, leyó algunos apuntes sobre otras tantas reflexiones y planteaba a los demás preguntas que irán apareciendo a lo largo de las respuestas que se van mostrando según la intervención. Se le vio con buena voluntad, habiendo preparado la mesa, pero un tanto desordenada en el cuestionario que fue planteando.



Belén Pérez Daza, escritora, opinaba que la literatura juvenil era algo inventado recientemente, a diferencia de la infantil que existe desde hace mucho tiempo.  Se basaba en las obras “juveniles” que existen de gran calidad que son leídas por muchos adultos y que algunos de los títulos que hoy se consideran juveniles han sido apropiados por los jóvenes cuando su destino eran los adultos, de tal forma que “si alguien le llevara a un editor Gulliver, lo publicaría para jóvenes”. No caía tal vez en las transformaciones que sufrieron libros como ese, como Robinson o tantos otros, para que pudieran llegar a los jóvenes. Difícilmente un editor publicaría hoy (de hecho, no lo hacen) los viajes 3 y 4, con los complejos Houyhnhnms este último.

Pensaba que no hay que obligar al joven a que lea, sino que hay que cuidar que lo que lea sea bueno. Habló de cómo para las chicas se había desarrollado mayoritariamente una novela de romances y de cómo en general era una narrativa “rápida”, de hechos que se suceden atropelladamente, respondiendo a la forma en la que los jóvenes consumen las imágenes.

Fue quien respondió a la pregunta “para qué se escribe”, manifestando que era porque, en primer lugar, se lo pasaba bien, por cómo disfrutaba documentándose y construyendo el relato. Luego, claro, “para que me lean”.



Eva Sánchez Arjona, profesora de Didáctica de Lengua y Literatura, es la que tuvo una participación tal vez más técnica. Le tocó poner las fronteras por edades, reconociendo que hacían falta unos criterios básicos para organizar libros en bibliotecas y librerías, pero defendió que las divisiones las marcan las etapas personales, que se daba un gran error al utilizar la edad biológica (lo que pasa en los colegios al ser todo el grupo de la misma edad) debiendo apuntar a la edad psicológica. Y poner intentar establecer unos márgenes, haló de la infancia psicológica de 0 a 11 años y de la adolescencia psicológica de 12 a 16 años.

De cara a hablar de libros adecuados, apuntó que para los primeros lectores el continente (aspecto, color, ilustración…) era fundamental y que, en general, un libro de calidad sería el que no dé una lectura plana, el que permita leer entre líneas, sacar algo más de lo que simplemente aparece. Como el caso de la intertextualidad, que relacione, que lleve a otros libros.



Francisco Javier Ramírez Muñoz es doctor en Historia y cuenta con ciertas investigaciones y publicaciones. Estuvo acertado al exponer que siendo la Historia un hecho real pero que podía ser modificado por quien lo contaba y que siendo el niño maleable, al no disponer aún de juicio crítico, la Historia podría servir de adoctrinamiento con una tendencia ideológica concreta. Coincidía con los demás en que poner las líneas divisorias en la edad de lectura de un libro era por comodidad, como ocurría al diferenciar las etapas históricas por un momento concreto, se usa un hecho histórico concreto pero situar el cambio de una edad a otra es mucho más complejo, claro.



Colocada entre la moderadora y la escritora, un poco más atrás incluso, como con cierta timidez (aparente), estaba Pilar Segura Gallardo, maestra y bibliotecaria del CEIP Josefina Pascual. Para mí hizo los comentarios más rotundos y certeros. Definió al libro infantil como: “Primero, un libro que el niño entiende; segundo, un libro que le gusta. Y es a partir de aquí desde donde podemos animarles”. Opinaba que el mediador tiene que mostrarles y que aprendiesen a distinguir entre lo que puede ser real y lo que es ficción. Más que una imprescindible calidad literaria le pide al libro que guste, que enganche a la lectura porque lo fundamental en un libro “es que tiene que llegar”.

Ante la pregunta de la moderadora sobre quiénes eran los prescriptores de lectura en la actualidad a cuenta de las redes (algo que parecía no tener muy claro, la relación entre nuevas tecnologías y lectura), Pilar Segura manifestaba que todo era una herramienta y que lo importante era un buen uso (e hizo una acertada comparación con un martillo).  Su alumnado se graba y recomienda libros, desarrollando espíritu crítico, y estaban en la línea de ponerse a hacer book-trailers. Por lo que, concluía, el uso de las redes puede ponerse del lado de los lectores.



Con diversas intervenciones del púbico que también expresaba su opinión, la mesa tuvo una duración de algo más de una hora en el agradable entorno del patio de la Biblioteca Adolfo Suárez, en una reivindicación de su bibliotecaria de que “extramuros también existe”. 

En resumen, una buena iniciativa que necesita de algo más de preparación, de concretar el tema para no picotear de un lado para otro, de más difusión de la convocatoria (tal vez en periodo lectivo para hacerlo llegar a padres y madres a través de las escuelas), y de una línea de continuidad que suene a tertulias frecuentes y no a algo aislado.