miércoles, 12 de diciembre de 2018

Aurora o nunca (R)

De diez autores. Colección Alandar. Editorial Edelvives. Zaragoza.



En esta obra han participado diez prestigiosos autores del panorama de la literatura infantil y juvenil: Ana Alcolea, Jesús D. Palma, David F. Sifres, Alfredo G. Cerdá, Jorge Gómez Soto, Paloma G. Rubio, Daniel H. Chambers, Rosa Huertas, Gonzalo Moure y Mónica Rodríguez. Indicada por la editorial para lectores a partir de 14 años, sería un interesante reto de lectura compartida en 3º o 4º de ESO, que podría llevarles a un reto de escritura compartida. 




En esta obra asistimos de cerca a la vida de una localidad, Aurora, con un pasado que tiene atrapado a sus habitantes, con relaciones tortuosas entre ellos, de las que no pueden escapar. Una novela enorme que no se puede dejar pasar. La editorial la mima tanto como para hacerle una presentación de lujo con pianista y los diez autores reunidos. ¡Quién hubiera podido estar allí!




Como cualquier buena novela, su sentido es una lectura individual que no habría que compartir con nadie. Pero en el intento de hacer llegar buena lectura a más sectores, insisto en esa posible lectura compartida en clase, en clubes de lectura, en las aulas de Educación de Adultos (porque no es una novela juvenil, es una buena novela que pueden leer los jóvenes),… Ahí está la distinción White Raven conseguida.


Por mi parte, quiero ofrecer algunos elementos que pudieran servir para esas posibles lecturas en grupo.

Unos temas para investigar.
En el libro aparecen algunas referencias sobre las que se podrían hacer encargos a subgrupos para que investiguen y aporten a los demás algunos datos que van a enriquecer la lectura conjunta. 
*Importante es cuando se habla del “Boko Haram” que el 19 de febrero secuestró a 110 alumnas de un instituto. 
*Otro tema, este de cultura y costumbre, es el del Nuberu, personaje de la mitología del norte español. 



*Aunque no se puede situar de una manera precisa en el mapa, se puede estudiar qué hay en España en el paralelo 43º Norte, y a qué vendrá que haya una revista con ese nombre. 
*Algo muy anecdótico es lo de la zapatería Imperial, anecdótico porque mi padre trabajó toda su vida en una que se llamaba así (La Imperial), y se puede investigar empresas actuales que vengan de muy antiguo y comparar etiquetas, fotos, productos,… de entonces hasta ahora. 
*El concierto ideal  del grupo no sería el de Agustín Fóquel en el hotel de Aurora, podrían confeccionar una lista de temas favoritos y hacer una audición de los mismos. 
*Hay referencias literarias sobre las que se pueden buscar datos: Leviatán, El holandés errante, y Pantaleón. 



*Algunos nombres para investigar su origen pueden ser Tesifonte, Alejandro, Coral, Zazen (interesante la asociación de este nombre a la perra del cura), Zainab (y un caso terrible de una niña con esa edad),…


Asuntos pendientes.
El elenco de personajes es muy amplio, tanto que una novela no puede contener todas las historias, por eso quedan muchos personajes de los que se podrían sacar más historias: Manuela, la hija de Julián Nuño; Maurilio, el enterrador; Veloso, el dueño de la gasolinera; alguno de los profesores, alguno de los alumnos; la relación entre los dos ascendentes de Vilhelm: ¿el padre del tatarabuelo materno, auroriano, se encontraría con el correspondiente paterno en el barco Livjatan? Y muchos más para los que el grupo decidiría escribir sus historias (el jefe de estación, la camarera de la churrería, la mujer guardia civil,…).




El mapa de relaciones.
Conforme se va leyendo, se puede ir haciendo un mapa de relaciones entre los personajes que vayan surgiendo. Como ayuda (para que quien dirija la lectura vaya por delante) ofrezco uno elaborado por mí (tal vez Marga sea Margarita Rodríguez Oval y estaría repetido). La imagen es bien grande.


Un análisis capítulo a capítulo, autor a autor… o autora, claro.
En un club de lectura se puede abordar un análisis de los personajes o, según el nivel, un análisis de los escritores. Yo he hecho el mío particular por si lo que se hace es debatir a partir de unos textos de partida. He cuidado no revelar datos relevantes por si se leyera esta reseña antes de leer el libro.

Jesús Díez de Palma se encarga de abrir y cerrar la crónica de Aurora con el primer y el último capítulo (que no aparece extrañamente en el índice). Y lo hace con un personaje no auroriano, con el músico Agustín Fóquel, para afianzar que nuestra lectura ha sido una excursión de unos foráneos a un territorio que no nos pertenece y del que, como turistas, nos quedamos con postales, con retazos, con partes del todo que promete mucho más. Estos capítulos son el “Erase una vez” y el “Colorín colorado” en los que encerrar un mar agitado de personajes más agitados aún, un cielo de nubarrones y tormentas que sacuden las ya de por sí tormentosas vidas de los aurorianos.
En el primer capítulo el músico va a ser oyente pasivo del origen de los males de Aurora, a cargo de la narración (prudente) de Telmo Bayón y nos va a llevar de la mano al interior de esta localidad. Una vez que recorremos el libro, toca salir de él en el último capítulo, pero lleno de todas las vidas, todos los duelos, todo el dolor acaecido en apenas tres o cuatro días de abril. Y como si el lector una vez que está saliendo reordenase a todos los personajes, a todas las historias colocándolas en cada lugar y haciendo que se relacionen al unísono unas con otras de las tantas, el personaje de este último capítulo, de nuevo Agustín Fóquel, dirige a olas y nubes, lluvia y tormenta, en una gran sinfonía de despedida, donde esta obra coral de autores y personajes dice adiós al lector dejándolo “con el corazón en un puño”.
Pero si bien estos dos capítulos son sustancialmente extensos comparados con otros, Jesús Díez engrosa su colaboración con un capítulo intermedio llamado “Abel”. Aunque con un nombre, el capítulo trata de dos personajes completamente opuestos, por un lado el que siempre tuvo todo, el lugareño, adulto, blanco, cínico, astuto,.. y por el otro el chico que nunca tuvo nada, migrante, joven, negro, ingenuo, vulnerable… Pero, por supuesto no es una exposición maniquea, sino que va del primero al segundo casi haciéndolos producto de la suerte (buena y mala), de lo que les “ha tocado vivir”, para llevarnos a un final de capítulo desolador.


A Jorge Gómez Soto le toca hablar de “Manu”, cuya actividad como ladrón completa en el capítulo “Sirenas”. Manu tiene muy claro que antes de actuar ha de observar, compartiendo así con el lector otra visión de Aurora dese su atalaya. Una visión panorámica estática, fría, sin implicaciones éticas, capaz de moverse alrededor de una cadáver sin expresar emociones… hasta que descubre él mismo que, de alguna manera,  está repitiendo la historia de Aurora.

Mónica Rodríguez nos lleva a la intimidad de  “Luisa”, capítulo escrito en primera persona pero no como diario sino como alguien que se observa a sí misma simultaneando un pasado luminoso, un presente gris y un futuro negro. Es el relato de la frustración, de la derrota, del sueño juvenil que era puro cristal y se rompió para siempre. La escritora nos muestra esos trocitos de vidrio que cortan y hacen daño a esta profesora de arte. Luego enlaza con “Julián Nuño”, que sirve perfectamente para entrar en contacto con el Instituto, centro común de los jóvenes que conocemos en Aurora. Sabemos de Julián, de su perro Dan, de su viudedad y la lejanía de su hija, pero  también de su mano izquierda con los jóvenes, siendo tal vez el único puente en el conflicto generacional. Mónica Rodríguez vuelve otra vez al final para presentarnos a “Juan”, de nuevo contado en primera persona, con quien comprobamos una de las tragedias personales del libro pero también una tragedia que acosa a los aurorianos: querer y no ser correspondido. 


Paloma González Rubio asume los capítulos más “femeninos” de la obra al hablarnos de la situación de “Laura” y la de sus hijas “Sandra” y “Noelia”. Es la narradora principal del conflicto generacional, pero también de la prisión personal de Aurora: el querer romper, salir, y el miedo a hacerlo. Sus capítulos tienen un trazo realista pero entre las palabras aparecen algunas metáforas poéticas. Su participación termina con “Gármez”, el policía, que nos ofrece cierta tranquilidad por su ojo avizor en los conflictos, dispuesto a proteger a Sandra, aunque en este apartado asistiremos al relato donde Tesifonte cuenta la historia de los roqueros más desnudas y descarnadas, sin lo literario de la leyenda que Telmo Bayón transmite en el primer capítulo.




Daniel Hernández Chambers nos lleva al ring natural de Aurora, Cuatro Robles, tan cerca de la muerte y su cementerio, tan cerca del peligro y el acantilado. Lo hace de la mano de “Jandro” que supone la sumisión de los aurorianos, el aceptar lo menos malo, la pelea interna entre el valor y el miedo y el rendirse al poder, que en este caso es la fuerza. Alejandro difícilmente podría salir de Aurora.



Alfredo Gómez Cerdá presenta un triángulo complejo ya que, conforme avanzan sus personajes en sus tres relatos (“Tesifonte”, “Alfonso” y “Coral”) vamos a descubrir que el triángulo tiene un vértice de más pero también uno de menos. Si estos relatos recogen otra tragedia, el autor va a permitirse cierto toque de humor (algo negro). Será narrando el episodio de la intoxicación, que nos cuenta después de presentarnos a sus protagonistas y sus relaciones, y que desencadena los dramáticos cambios que veremos aclarados en el tercer capítulo. Aquí encontramos quién queda atrapado en Aurora, quién se escapa para siempre y quién tiene que regresar  por los asuntos pendientes y para no volver a salir. Gómez Cerdá nos avisa del error (y del drama) de no hablar, de dar por supuesto, de preferir suponer a saber con certeza: y todo por no abrir y leer un par de cartas.


Rosa Huertas aborda dos personajes con una tremenda carga en su vida personal y en ambos casos utiliza la misma estructura. Tanto para “Blanca” como para “Zainab”, el personaje queda situado al principio del respectivo capítulo en solitario. Viajaremos con cada una a su pasado para justificar la angustia de su ahora. Es una narración intimista que más pareciera que cada protagonista estuviese recordando en voz alta,  hasta llegar de nuevo al presente donde imbricamos a cada personaje en la trama general ya que interactúa con otros personajes ahora en una tregua en forma de diálogo. La escritora vuelve a dejarlas solas, asegurándose con todo el recorrido de habernos dejado a los lectores la misma angustia que sienten ambas mujeres.


Gonzalo Moure asume una historia de sentimientos, de culpas, de silencios, pero aun tratándose de un cura el personaje central de sus capítulos, “Don Fidel”, no es el tema religioso (aunque va a reivindicar el fin del celibato para que las sacristía tengan las risas de los niños) el que va a afectar la historia. Es más, no es la idea de pecado la que provoca la culpa, sino la cobardía de no haber dado los pasos que exige el corazón. El capítulo podría ocurrir en cualquier lugar, pero en el siguiente que aborda, “Alicia”, ya entreteje los personajes con el resto de aurorianos, y es en “Zazen” (su tercer capítulo) donde vuelve a la historia del cura, esta vez escrito en primera persona, como si se confesase con el lector, aunque con quien habla es con su perra, que da título al capítulo y que protagoniza el hilo de misterio del que se encarga este escritor.


A David Fernández Sifre le tocan  tres capítulos que hablan de explicar otro triángulo dramático de Aurora y por qué el tanatorio auroriano está junto a la consulta del nigromante. Así aborda el capítulo “Braulio”, que parece que nos lo cuenta  Berlanga: algo muy serio que raya la carcajada; el que se titula “Martín”, que una vez presentado el personaje, se mete con sus clientas, lo que va a repetir un poco más de la cuenta la escena que viene en el capítulo siguiente; y por último “Elsa”, donde ya nos enteramos de lo que pasó en lo que podría ser un cuento de terror con valor literario por sí mismo. Tal vez la contribución de este escritor es la más versátil dentro del total de la novela pero muy bien situada, en cualquier caso, dentro del escenario global.


Ana Alcolea nos habla de “Marga”. Justifica su desarrollada fantasía por su afán lector y la hace especialmente crédula para su encuentro con el vidente. Crea un ambiente gótico y continúa utilizando el elemento fantástico que aporta el personaje de Alba para escribir tal vez el capítulo más juvenil de toda la novela. Sin embargo no es Marga un personaje con mucho cuerpo en la vida de Aurora y el capítulo queda para afianzar las tramas personales de Martín y de Blanca. 

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