lunes, 10 de diciembre de 2018

Un cóndor en Madrid (R)


De Paloma Muiña. Ilustraciones de Mercé López. Col. Ala Delta, sección azul. Ed. Edelvives. Zaragoza.



En mi rescate de libros que se me pasaron y merecen mucho la pena, me encuentro con este cóndor. Ya hay mucho dicho sobre él por lo que intentaré fijarme en lo que no se ha dicho, en lo que yo pueda aportar. Para consultar otras reseñas, la web de la autora nos da varios enlaces en esta página.


Hay un elemento muy valioso para iniciar la lectura bastante “situados” (como pasa en el cine con el primer fotograma que prácticamente nos desvela época y lugar) para comprender con fluidez desde el principio y es la ilustración de cubierta y la ilustración a doble página con la que comienza el libro.


No solo va a activar ideas previas sobre lo que se va a leer, sino que va a sugerir, aunque el lector no sea consciente aún, algunas de las claves de la historia. Sí, la doble página nos muestra una casa donde en la planta baja se ve a una madre y una hija (lo más presumible) en sendas ventanas, un anciano por la ventana del primero y alguien o algo por la ventana del ático. Además un chico que se acerca por la calle andando a esa casa. Con esto tenemos más que situados a los personajes principales y el espacio y el que se trata de la época actual. 

Además, en la cubierta vemos al anciano sentado (cansado, pesado), mirando a la izquierda (al pasado, mayor), y a la pareja de chica y chico volando sobre un cóndor hacia la derecha (juventud, acción, futuro) y un cordón naranja que une a todos los personajes de la cubierta. 

Y de eso va la historia, de ese cordón naranja metáfora de otro invisible que representa las relaciones entre todos los que participan de microhistorias que encajan a la perfección dando un todo completo, coherente, fluido, equilibrado y cargado de emoción.

A propósito de ese cordón naranja, dice la ilustradora: “El naranja es crucial en este libro porque lo he usado como símbolo de Ecuador. En un momento de la novela, se habla de la línea que divide el mundo y eso me dio la clave para darle sentido a mis ilustraciones. Uso esa línea como un hilo que interactúa con los personajes, para crear el mundo de leyendas, olores y recuerdos que les rodean. Hasta que al abuelo se le rompe con esa desorientación que sufre… Escogí el naranja porque tiene algo del color cálido del sol, de las frutas tropicales y porque me da un contrapunto al azul grisáceo de la ciudad y al negro del abuelo”.


¿Y quiénes y cómo son esos personajes? La historia está contada en primera persona por Manu, un chico muy valiente porque lucha por superar sus miedos, enamorado de Adriana; Adri, que así abrevia su nombre, es la chica madura que controla situaciones, pero vulnerable cuando la emoción le puede; María Teresa, de Ecuador, madre de Adri, atareada pero con tiempo para todos; Papi Ángel, el abuelo ecuatoriano, pura nostalgia, pura fidelidad; la madre de Manu, atareada y sin el tiempo de atención que el chico querría (aunque no lo demande explícitamente); Andrés, el pintor del ático, del incógnito a la proximidad.

Pero una historia solo con personajes principales no se puede sustentar, porque nadie está aislado, y están los secundarios para dar cuerpo, crear otras “subhistorias” y terminar de dibujar un cuadro perfectamente terminado, aunque también originan historias nuevas que podrían crecer.



Ahí está Okemos, el indio amigo del abuelo, que fue como un hermano y que sigue siéndolo a pesar del tiempo y la distancia, personaje que va a permitir a la autora algunos toques exóticos de costumbres y objetos; Esteban, el compañero de colegio, que fastidia pero “es que no es feliz”; Carolina, asistenta de la casa de Manu y algo canguro con quien el niño habla; Mamá Rosita, la abuela ya fallecida de Adri, que sigue presente para el abuelo; incluso Makak, el cuy que Papi Ángel se trajera de Ecuador como un lazo con su tierra.

Con todos ellos se van tejiendo esas historias que, a diferencia de la mayoría de los cuentos actuales, no reivindica nada porque: la migración es un hecho integrado, los distintos tipos de familia no originan diferencias, el pegón de clase no es un drama, la vejez no es una tragedia sino un estadio natural. Y es que todo está normalizado, de lo que la autora se preocupa es de las relaciones afectivas, de la protección, de la atención, de la nostalgia y el recuerdo, del amor.

Y todo eso se plasma escribiendo muy bien, el relato en primera persona permite el que haya un observador desde dentro de la historia que aporta más autenticidad y calor a lo observado. Es una narración muy rica pero sin artificios, donde pueden darse no más de cuatro adjetivos en una página y sin embargo todo está muy definido. 


Como resultado de todo ello los premios que ha obtenido el libro, a los que yo añadiría que está premiado además con la ilustradora asignada. Es un libro completo, a pesar de sus pocas páginas, porque en ese reflejar relaciones incluye las aventuras de investigar qué hay en el ático y de llevar Ecuador a la habitación del abuelo. Un libro que gustará a los pequeños y que resultará grato y amable para los adultos que se acerquen a él.



Paloma Muiña nació en Madrid en 1970, donde sigue viviendo actualmente. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense. Con el Máster en Promoción de la lectura y Literatura Infantil, saltó a la literatura y ha estado trabajando durante más de 10 años como consultora editorial especializada en LIJ. Para ella el escribir “más que una motivación es una necesidad, como el dormir, el comer, el querer… Aunque no me publicaran, seguiría escribiendo (así lo hice durante años), forma parte de mí.”


Mercé López, la ilustradora, hace esta reseña de sí misma: “Soy ilustradora. Nací en Barcelona en 1979. Empecé a pintar a los once años y a ilustrar libros a los veinticinco. Dibujo, pinto y hago un montón de cosas más. No oigo muy bien del oído derecho, pero me encanta la música, que siempre me acompaña mientras trabajo. Me gustan las voces graves. Puedo pasarme horas mirando los colores que imprime la luz en los edificios y entre los árboles. O mirando las estrellas". 


Y continúa: "A veces comparto piso con un gato que es la cosa más suave que he tocado nunca. Y ahora estoy aprendiendo a rodar en un tatami que a veces parece muy blandito y a veces parece que hayas caído sobre una piedra. Me gusta probar comida nueva cuando viajo y aprender a cocinarla. Y los olores que me transportan al pasado, como el del jazmín que me recuerda las tardes que pasaba dibujando en el balcón de mis padres. Hay muchos sentimientos que me cuesta expresar con palabras; por eso dibujo.” 


Poco hay que fijarse para notar que nos ha hablado de su sensibilidad: de texturas y durezas, de sabores y olores, de sonidos e imágenes. Alerta, con todos los sentidos activados para que sus producciones lleguen y nos hagan disfrutar como si oyéramos, oliéramos, acariciáramos, saboreáramos… tan solo con verlos… y lo consigue, tanto en las representaciones objetivas como en las metáforas visuales que compone.


Nota: En la edición en la que se incluía la faja indicando el premio Ala Delta, la caja que contiene el título tapaba la cara del cóndor. ¡Qué despiste!


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