jueves, 7 de enero de 2016

LA CALLE ES LIBRE (RR)

De Kurusa. Il. De Monika Doppert. Col. Así vivimos. Ediciones Ekaré. Caracas. 1981.


Un libro que cumple 35 años y sigue igual de vigente... por desgracia.



     La Literatura Infantil y Juvenil moderna se impulsa, tras la II Guerra Mundial, con el espíritu de Jella Lepman; la búsqueda de esperanzas e ilusiones, de alegrías y ayudas para los niños supervivientes y los por venir. Esto, desde mi punto de vista, trajo consigo una LIJ optimista en la que se cuidaba mucho la salud mental del joven lector, dejando a un lado libros que pudieran ofrecer una visión agresiva, pesimista o desoladora de la vida.

     Poco a poco, en las historias e imágenes para niños, hemos visto una progresión que pasaba de libros de una temática más restringida a unos nuevos con un mayor nivel de compromiso, denuncia, atrevimiento, sentido crítico,… por supuesto en las novelas juveniles pero también en libros infantiles: en sus textos y en sus ilustraciones (la guerra, el género, la muerte, la interculturalidad, etc.).


     Sin embargo hay una parcela en la que son pocos los títulos que encontramos en el mercado: la denuncia social sobre las condiciones de vida de los más desfavorecidos y la actitud de los políticos ante la misma.

     Aquí es donde Ekaré sitúa la mayor parte de los títulos de su colección “Así vivimos”, con relatos que están tomados directamente de la realidad y el testimonio de quienes los han vivido. Y aquí es donde aparece “La calle es libre” de la antropóloga y escritora venezolana Kurusa (Carmen Diana Dearden) cuyo conocimiento de otras realidades sociales le motivan más aún a denunciar la situación de la vida en “los barrios” de Caracas.

    La narración se presenta como un documental que nos va introduciendo primero en el tiempo de la historia (desde los cerros vírgenes de Caracas a la proliferación de los barrios de chabola), luego en la necesidad de los niños de un espacio para jugar, para terminar con la historia ya centrada en personajes concretos, sus acciones reivindicativas y la consecución del parque para jugar.


   La ilustración repite ese ejercicio documental, con una observación minuciosa de cada detalle, con una contextualización absoluta y con un paso a la creación de personajes bien caracterizados y diferenciados cuando el texto lo exige. De esa manera, los lugares y las personas que comienzan siendo lejanos para el lector, van poco a poco incorporándose a su galería personal, a su mundo de conocidos y le va permitiendo integrarse activamente en la historia.

      Enemiga de los estereotipos, Monika Doppert hace un trazado minucioso de personajes, ambientes, materiales y acciones, quedando no sólo como una cronista de lo que ve sino también impregnando de verdad, sentimientos y emociones cada una de las ilustraciones que, en este libro, se alternan cada dos páginas entre el color y el blanco y negro: el color para cimentar el realismo, el blanco y negro para recordarnos y apoyar lo ceniciento de la situación.


     Sus más de quince años vividos en Venezuela y su trabajo como profesora de ilustración en el Instituto de Caracas, le permiten plasmar lo que una observación reflexiva y sin prejuicios es capaz de retratar.

Retrato de una ciudad llena de detalles, de todos sus detalles: las macetas en latas, los finos tabiques de una sola fila de ladrillos sin enlucir, la policía cacheando en medio de una calle, niños semidesnudos, huecos de ventanas sin ventanas, ropa tendida poco lustrosa, conductos de aguas residuales al aire, suelos sin asfaltar, tejados de chapas con un ladrillo encima para que no se vuelen,… y tantos elementos que nos informan de otro tipo de ciudad. La ciudad de los desposeídos de futuro. Sin embargo ilustración y texto se unen en una esperanza final: juntos se puede. Juntos consiguen ese parque anhelado y, quién sabe, tal vez se podría conseguir mucho más. (En la historia real en la que se basa este libro, el parque no se consiguió).

Entre otros premios, este libro apareció en la Lista de Honor de IBBY en 1982. Sus treinta y cinco años no le han restado un ápice de calidad y vigencia.




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