domingo, 24 de enero de 2016

LA LUNA DE JUAN (R)

De Carme Solé Vendrell. Col. Libros para soñar. Editorial Kalandraka. Pontevedra. 2015.

  Los lectores a los que llegan por primera vez los libros “recuperados” por Kalandraka, tal vez no entiendan lo agradecidos que podemos estar los lectores que los descubrimos en su día y lo felices que nos hace volver a tenerlos. Lo que sí van a poder apreciar es la calidad gráfica y literaria de estas obras, la vigencia de las mismas y, comparando con las obras actuales de los mismos autores, la evolución de los artistas que hay dentro de ellas.

    En el caso de Carme Solé es manifiesto el paso de obras donde primaba el dibujo a obras desbordadas por la pintura: la intensidad de los colores, el aumento de dramatismo o la denuncia, la capacidad de síntesis y simplificación cuando así se precisa... incluso el paso de la forma al volumen, y de la figuración al concepto.


   Es emocionante ver de dónde viene el trabajo de esta autora, sus tonos pasteles, el dibujo sosegado incluso cuando la acción tiene un movimiento especial, el dominio de lo orgánico sobre la línea recta, las redondeces de los personajes y el derroche de amabilidad en sus caras.

     Pero si hay una cosa que se mantiene igual es su admiración por la Luna y el Sol, unos astros animados que la han acompañado en toda su obra y que en este libro, la Luna, es coprotagonista a la vez que elemento mágico. “La luna de Juan” se publicó en 1982, por primera vez, de la mano de Hymsa, y consiguió distintos premios. Recordemos también que la autora es Premio Nacional de Ilustración.


    Pues, si en principio el cuento podría ser una historia costumbrista (un pescador y su hijo, el pescador cae enfermo, el hijo lo cuida y el pescador sana gracias a esos cuidados), la autora ha querido entrar en el mundo mágico y convertir la historia en un cuanto fantástico, donde Juan es el héroe que ha de salir para buscar la cura para su padre, y la luna es el elemento mágico que le ayuda a superar la prueba y hacerlo volver victorioso. Un viaje iniciático en toda regla de los que no suelen verse en los álbumes ilustrados por el ejercicio de síntesis que estos suelen suponer.


     Y el resultado es delicioso, con una buena parte de la narración recogida en las ilustraciones, como la ausencia de la madre plasmada en un “retrato” antiguo colgado en la pared; la fuerza del mar, que se exñresa siendo la única parte de la ilustración que aparece a sangre (llegando siempre a los bordes de la página); la soledad y dureza de la historia subrayada en el hecho de suceder de noche y afectar así a la gama de colores que usa; hasta la felicidad final, en ese día diáfano donde la autora se recompensa con una iluminada mañana, mar contenido en el recuadro de la ilustración, padre e hijo animados y, a pesar de ser de día, la Luna. Que se ríe.  

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