Iniciamos
las reflexiones dedicadas a la lectura en general con algo que
considero un problema grave de la lectura de los chicos y las chicas:
que todo lo leen igual. Es decir, utilizan las mismas estrategias de
lectura independientemente de para qué están leyendo.
Y
es que en la definición de leer se ha tardado mucho en
incluir el objetivo de lectura: interpretar un escrito para un fin.
Esto supone que el qué leer y el cómo leer dependen del para qué
leer. Y nuestros pequeños lectores lo leen todo igual: tanto si es
un libro para distraerse, como si es un texto de estudio, como si es
una carta, como si es un problema de matemáticas... ¡Error!
Los
lectores competentes tal vez no somos conscientes de cómo cambiamos
de estrategias de lectura según para qué leemos pero, a poco que
pensemos, diferenciaremos qué hacemos cuando consultamos un horario,
miramos la factura del teléfono, leemos una novela, los subtítulos
de una película, hojeamos el periódico, intentamos poner en marcha
un aparato con sus instrucciones o seguimos una receta para cocinar.
Leemos,
releemos, nos saltamos renglones, buscamos el significado de una
palabra o no lo buscamos, subrayamos, leemos de pie, paramos y
volvemos atrás porque algo se nos ha ido, miramos por encima
buscando un nombre propio, nos hacemos un resumen antes de seguir,
echamos “un vistazo” para luego leerle a alguien en voz alta,...
Y todo según para qué estamos leyendo.
Por
lo tanto,
es fundamental entrenar a nuestros prelectores y lectores en qué
hacer antes de leer que, sin duda pasa, antes que nada, por tener muy
claro para qué se va a leer. Eso implica que esos objetivos se
pueden satisfacer con unos tipos de textos, y necesitan de unas
condiciones distintas de lectura (los contextos) y distinto esfuerzo.
Todo eso podemos empezar verbalizándolo y adecuando cada vez que
vayamos a leer con ellos de manera que terminen incorporando como una
rutina el dejar claro para qué van a leer y que eso conllevará una
dinámica de lectura concreta.
Una
vez claro el objetivo hay que evocar qué se sabe ya de lo que se va
a leer: sobre el tema, sobre el autor o autora, sobre los personajes,
sobre la asignatura,... Después hay que identificar bien el texto:
si es prosa o verso; si es texto continuo o discontinuo; si es
narración o teatro; si es un ensayo o si es un libro de texto con
sus fotos, títulos, epígrafes, piés de fotos, etc.
A
continuación actuaremos sobre el contexto. Nuestros jóvenes
lectores tienen que saber cuándo pueden tener música de fondo o no
y de qué tipo. Que no se engañen porque en la mayoría de los casos
no les permite una buena concentración. Tienen que saber cuándo
necesitarán de un diccionario (en papel o digital) porque es
imprescindible conocer bien el significado de determinadas palabras o
cuando pueden prescindir de esos significados porque no son
fundamentales para la comprensión total.
Igualmente cuándo se
necesita de dos lecturas y cuándo de solo una. Como saber si pueden
estar echados en la cama y terminar quedándose dormidos o si han de
estar en una silla bien derechos y despiertos. Y si necesitan papel y
lápiz, otros libros de consulta, unos apuntes anteriores,...
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