Libros dedicados a las abuelas hay un montón (incluso bisabuela: “Abuela de arriba y abuela de abajo”, de Tomy de Paola) y últimamente unos pocos dedicados a superhéroes (y superheroínas) cuyos poderes no son más que el hacer las cosas bien hechas. Todo un homenaje a padres, madres… y abuelas, claro.
Como superabuela teníamos a la de Forrest Wilson, en novelas juveniles que publicó en su día Aliorna y que se convirtió en serie de televisión, y alguna que otra española.
O sea que, por aquí, el autor de Superabuelas con superpoderes lo tenía complicado si quería ofrecer algo nuevo. Y su primer acierto es el ponerlo en plural, el elegir a más de una abuela, de esa manera ya no es un libro dedicado solo a la abuela de la pequeña nieta que justifica el título de la anciana, sino que se refiere a más abuelas, a todas las abuelas: a las de los niños y niñas que lean el libro también. Ya que se invita indirectamente a que cada cual piense en sus abuelas y les encuentre esas habilidades especiales que las hacían-hacen “super”.
El segundo acierto es pensar en abuelas reales (“Carmen es mi madre, y las otras son abuelas de algunas amigas”, me dice el autor) lo que hace que las trate en su justa medida y haga del grupo y sus superpoderes una familia muy verosímil, contándonos uno a uno el superpoder de cada superabuela.
Y con esto el libro cumple con ese homenaje que José Carlos Román tenía pendiente. Pero hacía falta algo más, lo que se le resistió un poco hasta encontrar la clave: había que poner en juego esos superpoderes, y para ello nada mejor que la entrada de ladrones en esa gran casa en la que viven todas. Empieza la diversión con esa abuela “disparándoles” croquetas, o las que lo cazan con una red recién tejida, o encerrados con torrijas, o… Una delicia con remate final que hace que toda la historia sea doblemente entrañable.
J. C Román nos sorprendió con “Piel de cocodrilo”, dándole la vuelta a una rancia leyenda africana convertida en un encantador y fabuloso álbum ilustrado por Paolo Domeniconi. Y es que tiene muy presente a quienes van dirigidas sus historias. Como maestro de Educación Infantil conoce los mimbres con los que tejer la historia. Algo que demuestra en sus sesiones de presentación con niños y niñas.
En esta ocasión, cuando presentó el libro en la Librería Plastilina en Cádiz, se colocó una capa, un antifaz, la camiseta de promoción del libro y a meterlos en la historia, haciendo que vean a sus abuelas junto con las del libro, a pasarlo bien, a reírse y a aplaudir al finalizar el cuento.
Y para contarlo va enseñando las imágenes (no olvidemos que está concebido como álbum y la ilustración supone un porcentaje muy alto en el acabado del libro), y va haciendo paradas en algunos de los muchísimos detalles que Cristina Quiles ha ido colocando aquí y allí, con sobriedad no obstante en los fondos, pero con todos los elementos para que lo divertido del texto se vea en lo divertido de los dibujos.
Reconozco que al principio me chocaron un tanto las caras de los personajes (cinco gorditas y dos delgadas), con rasgos demasiado parecidos, poca variedad (lo mismo pasa con todos los niños y niñas que van a ver a las superabuelas) que tal vez se podría haber enriquecido diferenciándolas algo más. Sin embargo también acepto la idea de que quedan diferenciadas por su vestimenta y detalle asociado, queriendo llevar a la idea de que todas las abuelas, en el fondo, son muy parecidas.
Lo que sí queda muy claro con los dibujos y las composiciones de Cristina Quiles es el carácter divertido de la historia a la vez que entrañable y afectivo. Basta con verle los patucos a los gatitos o la misma cubierta: un semicírculo apretado de abuelas abrazadas por la grandota como si de una familia muy especial se tratara.
Así es este libro: para los pequeños lectores y para toda la familia.