“Once
upon a time in Spain…”, así comenzaba el libro The
story of Ferdinand,
que en 1936 pubicara la editorial Viking Press, Nueva York, con la
firma de Munro Leaf y los dibujos de Robert Lawson. Según contaba
Leaf, escribió este cuento, en una hora, para dar una oportunidad a
que su amigo Lawson pudiera mostrar su talento e ir haciéndose un
nombre. Colaboraron juntos en otros tres libros.
Pero
lo importante es que estamos ahora hablando de un libro a las puertas
de su 80 cumpleaños, que ha estado en imprenta sin interrupción
desde entonces en alguno de tantos países donde se publica, y que
tiene en su historia versiones, adaptaciones a cine, composiciones
musicales y cuadernos de actividades. Vayamos por partes.
Wilbur Monroe Leaf
(1905-1976) fue escritor e ilustrador, con una producción de 40
libros en 40 años. Antes, había sido profesor de Enseñanza
Secundaria. También participó de forma activa como editor. En sus
libros dirigidos a niños destacan los que tienen una función
claramente pedagógica. Sin embargo la obra por la que es reconocido
mundialmente es esta de Ferdinando, en la que existe un claro mensaje
pero la forma no se queda atrás: esa narración desmenuzada de
escenas (banderilleros, picadores, matador,…y vuelta otra vez), esa
invitación a la creatividad del ilustrador (los sombreros
divertidos, las guapas con flores,…), esas descripciones de
emociones (de miedo, de furia,…), configuran una historia de
auténtica complicidad con la ilustración, donde sobresale el cuento
por el cuento con todas sus notas de humor y su final feliz “de los
más felices entre todos los finales felices”.
Y
es que Robert Lawson (1892-1957), escritor e ilustrador, responde a
la invitación de su amigo Mon y aplica toda su maestría en el uso
de la tinta, a plumilla y pincel, dominando en su composición los
contrastes entre las generosas zonas blancas y los dibujos en negro.
Un trabajo de gran nivel que sigue resultando rotundamente
contemporáneo, aunque no fuese por este trabajo por el que
consiguiera la Medalla Caldecot o la Medalla Newbery, siendo estos
dos galardones pruebas del talento del autor y calidad de su trabajo.
Dos
años después de la publicación, los estudios Disney, dentro de
una línea de adaptaciones a cortos de animación de cuentos
populares (como Los tres cerditos) o recientes pero famosos (como
este de Leaf), produce “Ferdinando el toro”, estando a la cabeza
del equipo de animadores Ward Kimball, famoso caricaturista que pone
su especial sello en las caras de los toreros, donde “retrata” a
todo el equipo y, según comentarios de la época, al propio Walt
Disney en la figura del matador.
Esta
película se presenta como la versión del libro “La historia de
Ferdinand” (apréciese el cambio en el título) citando al autor y
al ilustrador original del que prácticamente copia los escenarios y
planos, recreando a los personajes en la línea Disney por lo que en
el caso del toro, el personaje pierde el vigor anguloso del de Lawson
para asumir formas más redondeadas, humorísticas e infantiles, sin
olvidar que está rodada en Tecnicolor, potenciando el carácter de
cuento para niños que señalaba anteriormente. Este film mereció el
Oscar de la Academia Cinematográfica de EEUU al mejor corto de
animación de 1938, recogiendo la estatuilla el propio Walt Disney en
la ceremonia del 23 de febrero de 1939.
Pero,
a pesar de las formas, el contenido no pasa desapercibido: un toro
que en medio de una plaza, dispuesto a ser lidiado, prefiere oler las
flores que a pelear contra el torero, se erige como un alegato
pacifista, máxime en un periodo entre guerras y paralelo a la Guerra
Civil española. Además, la disposición de Ferdinando, cuando
novillo, de estar a su aire oliendo flores en vez de dar topetazos
con el resto de los toros de la manada, reivindica el derecho a ser
diferente.
En
contra de otras opiniones, el que Ferdinando no arrastre a los demás
toros a esa postura ni se explicite crítica alguna contra la fiesta
taurina, diría que la historia no pretende oponerse a las corridas
de toros, que se queda más en el terreno de las actitudes
personales. Del mismo modo, el hecho de publicarse en 1936 habiendo
tenido que esperar el tiempo suficiente para que Lawson elaborase las
ilustraciones me hace pensar que tampoco Leaf lo escribió a
propósito de la guerra en España.
No
obstante, el libro queda prohibido en nuestro país durante el
franquismo y es quemado en la Alemania dirigida por los nazis. Con
ello gana un importante sello de “libro de izquierdas” que
permite cierta difusión entre algunos países del este europeo,
especialmente en Polonia donde según Bettinna Hürliman (*) tuvo una
versión con ilustraciones de Jan Marcin Szancer y otra con las
“vigorosas” ilustraciones de Maria Orlowska de una “plasticidad
insuperable”.
Y
es, probablemente por este mensaje pacifista y reivindicativo del
derecho individual, por lo que aún hoy estamos hablando de él. Y en
el transcurso de estos años han aparecido en numerosas reediciones,
versiones en audio-libros (Frank Federsel & Johannes Steck), en
las antiguas cassettes con la versión en inglés en una cara y su
traducción al castellano en la otra, composiciones musicales como la
realizada por el compositor inglés Alan Ridout (solo de violín con
narrador, 1974) publicado en disco de vinilo, y todo tipo de
cuadernillos de coloreado y cuentos productos del merchandising de
la factoría Disney.
Y
así llegamos a la versión del alemán W. Klemke (en Edition
Holz im Kinderbuchverlag, Berlin 1966), que en España publica la
Editorial Lóguez, Salamanca. Este libro ha sido Premio
Manzana de Oro de Bratislava y ha sido seleccionado por la
Internationale Jugend Bibliothek como uno de los 10 libros clásicos
a favor de la paz y la tolerancia.
Werner
Klemke (1917-1994) fue un polifacético alemán muy interesado por el
mundo de los libros y de la lectura (tanto como para que la
Biblioteca Estatal de Berlín le diese el particular título de
Lector de Honor). Se dice que su biblioteca personal contaba con
20.000 volúmenes. Profesor, escritor e ilustrador, su interés por
los libros empezaba con el diseño de estos, siendo especialmente
importante todo el trabajo desarrollado alrededor de la tipografía.
Su lista de campos de trabajo en los que participó como ilustrador
es interminable: postales, carteles, portadista de revistas, sellos
de correo, fachadas, paredes interiores de establecimientos,
cartillas de lectura, libros de texto, … tal vez siguiendo su
principio de “no hay nada peor que especializarse”.
Su
gran versatilidad, en la que hay que incluir los grabados en madera,
le hacía tener encargos tan continuos y numerosos que, a veces, se
encontraban clientes en su estudio esperando que finalizara el
encargo hecho. Klemke encaraba sus trabajos en conjunto (papel,
cubiertas, letras, ilustraciones, uso del color,…) de tal manera
que consiguiera “los ingredientes necesarios para cumplir las
intenciones del autor y que ayudar al lector a leer”.
En
este sentido, “Ferdinando el toro” es un libro de tapa dura donde
cubierta y contracubierta participan de una misma ilustración (algo
que Klemke utilizó más veces), con hojas de alto gramaje y color
“crudo” en el que resalta el texto manuscrito en color, que va
cambiando de unas páginas a otras incluso en un mismo párrafo
pueden aparecer dos colores y/o alguna palabra subrayada con otro
color distinto. Las ilustraciones siguen respondiendo a las
posibilidades plásticas del texto que Werner, al igual que las
letras, dibuja y pinta con ceras de colores. Las composiciones rinden
tributo a las de Lawson en el uso de los espacios en blanco pero,
debido al color, sin el efecto de “espacios en positivo y en
negativo” que creara el primero. Algunas de las formas nos
recuerdan a dibujos de Picasso y todas gozan de un estilo espontáneo,
a modo de apuntes del natural, aunque puedan ser muy elaboradas.
Esto, junto con la corta gama de colores utilizados (azul, rojo,
amarillo, verde, negro y algo de marrón) crean una atmósfera
infantil y divertida que vuelve a poner a la forma un poco por
delante del contenido. Pero es precisamente esa atractiva y divertida
forma el vehículo perfecto para hacernos llegar ese contenido por el
que Ferdinando el toro sigue siendo una bandera contra la
beligerancia y a favor de las opciones personales.
Añadir
por último que la traducción, empezando por la elección de
Ferdinando en vez de Fernando (aunque en alguna de las versiones
traducidas apareció esta segunda opción), podía haber sido, en
cualquiera de los casos, algo más afortunada.
(*)
Bettinna Hürliman, Tres siglos de Literatura Infantil europea.
Editorial Juventud. Barcelona, 1982. Páginas 153 y 241.