miércoles, 30 de diciembre de 2015

FERDINANDO EL TORO (RR)

Once upon a time in Spain…”, así comenzaba el libro The story of Ferdinand, que en 1936 pubicara la editorial Viking Press, Nueva York, con la firma de Munro Leaf y los dibujos de Robert Lawson. Según contaba Leaf, escribió este cuento, en una hora, para dar una oportunidad a que su amigo Lawson pudiera mostrar su talento e ir haciéndose un nombre. Colaboraron juntos en otros tres libros.

 


Pero lo importante es que estamos ahora hablando de un libro a las puertas de su 80 cumpleaños, que ha estado en imprenta sin interrupción desde entonces en alguno de tantos países donde se publica, y que tiene en su historia versiones, adaptaciones a cine, composiciones musicales y cuadernos de actividades. Vayamos por partes.

Wilbur Monroe Leaf (1905-1976) fue escritor e ilustrador, con una producción de 40 libros en 40 años. Antes, había sido profesor de Enseñanza Secundaria. También participó de forma activa como editor. En sus libros dirigidos a niños destacan los que tienen una función claramente pedagógica. Sin embargo la obra por la que es reconocido mundialmente es esta de Ferdinando, en la que existe un claro mensaje pero la forma no se queda atrás: esa narración desmenuzada de escenas (banderilleros, picadores, matador,…y vuelta otra vez), esa invitación a la creatividad del ilustrador (los sombreros divertidos, las guapas con flores,…), esas descripciones de emociones (de miedo, de furia,…), configuran una historia de auténtica complicidad con la ilustración, donde sobresale el cuento por el cuento con todas sus notas de humor y su final feliz “de los más felices entre todos los finales felices”.

Y es que Robert Lawson (1892-1957), escritor e ilustrador, responde a la invitación de su amigo Mon y aplica toda su maestría en el uso de la tinta, a plumilla y pincel, dominando en su composición los contrastes entre las generosas zonas blancas y los dibujos en negro. Un trabajo de gran nivel que sigue resultando rotundamente contemporáneo, aunque no fuese por este trabajo por el que consiguiera la Medalla Caldecot o la Medalla Newbery, siendo estos dos galardones pruebas del talento del autor y calidad de su trabajo.



Dos años después de la publicación, los estudios Disney, dentro de una línea de adaptaciones a cortos de animación de cuentos populares (como Los tres cerditos) o recientes pero famosos (como este de Leaf), produce “Ferdinando el toro”, estando a la cabeza del equipo de animadores Ward Kimball, famoso caricaturista que pone su especial sello en las caras de los toreros, donde “retrata” a todo el equipo y, según comentarios de la época, al propio Walt Disney en la figura del matador.



Esta película se presenta como la versión del libro “La historia de Ferdinand” (apréciese el cambio en el título) citando al autor y al ilustrador original del que prácticamente copia los escenarios y planos, recreando a los personajes en la línea Disney por lo que en el caso del toro, el personaje pierde el vigor anguloso del de Lawson para asumir formas más redondeadas, humorísticas e infantiles, sin olvidar que está rodada en Tecnicolor, potenciando el carácter de cuento para niños que señalaba anteriormente. Este film mereció el Oscar de la Academia Cinematográfica de EEUU al mejor corto de animación de 1938, recogiendo la estatuilla el propio Walt Disney en la ceremonia del 23 de febrero de 1939.

Pero, a pesar de las formas, el contenido no pasa desapercibido: un toro que en medio de una plaza, dispuesto a ser lidiado, prefiere oler las flores que a pelear contra el torero, se erige como un alegato pacifista, máxime en un periodo entre guerras y paralelo a la Guerra Civil española. Además, la disposición de Ferdinando, cuando novillo, de estar a su aire oliendo flores en vez de dar topetazos con el resto de los toros de la manada, reivindica el derecho a ser diferente.

En contra de otras opiniones, el que Ferdinando no arrastre a los demás toros a esa postura ni se explicite crítica alguna contra la fiesta taurina, diría que la historia no pretende oponerse a las corridas de toros, que se queda más en el terreno de las actitudes personales. Del mismo modo, el hecho de publicarse en 1936 habiendo tenido que esperar el tiempo suficiente para que Lawson elaborase las ilustraciones me hace pensar que tampoco Leaf lo escribió a propósito de la guerra en España.

No obstante, el libro queda prohibido en nuestro país durante el franquismo y es quemado en la Alemania dirigida por los nazis. Con ello gana un importante sello de “libro de izquierdas” que permite cierta difusión entre algunos países del este europeo, especialmente en Polonia donde según Bettinna Hürliman (*) tuvo una versión con ilustraciones de Jan Marcin Szancer y otra con las “vigorosas” ilustraciones de Maria Orlowska de una “plasticidad insuperable”.

Y es, probablemente por este mensaje pacifista y reivindicativo del derecho individual, por lo que aún hoy estamos hablando de él. Y en el transcurso de estos años han aparecido en numerosas reediciones, versiones en audio-libros (Frank Federsel & Johannes Steck), en las antiguas cassettes con la versión en inglés en una cara y su traducción al castellano en la otra, composiciones musicales como la realizada por el compositor inglés Alan Ridout (solo de violín con narrador, 1974) publicado en disco de vinilo, y todo tipo de cuadernillos de coloreado y cuentos productos del merchandising de la factoría Disney.

 

Y así llegamos a la versión del alemán W. Klemke (en Edition Holz im Kinderbuchverlag, Berlin 1966), que en España publica la Editorial Lóguez, Salamanca. Este libro ha sido Premio Manzana de Oro de Bratislava y ha sido seleccionado por la Internationale Jugend Bibliothek como uno de los 10 libros clásicos a favor de la paz y la tolerancia.
Werner Klemke (1917-1994) fue un polifacético alemán muy interesado por el mundo de los libros y de la lectura (tanto como para que la Biblioteca Estatal de Berlín le diese el particular título de Lector de Honor). Se dice que su biblioteca personal contaba con 20.000 volúmenes. Profesor, escritor e ilustrador, su interés por los libros empezaba con el diseño de estos, siendo especialmente importante todo el trabajo desarrollado alrededor de la tipografía. Su lista de campos de trabajo en los que participó como ilustrador es interminable: postales, carteles, portadista de revistas, sellos de correo, fachadas, paredes interiores de establecimientos, cartillas de lectura, libros de texto, … tal vez siguiendo su principio de “no hay nada peor que especializarse”.

Su gran versatilidad, en la que hay que incluir los grabados en madera, le hacía tener encargos tan continuos y numerosos que, a veces, se encontraban clientes en su estudio esperando que finalizara el encargo hecho. Klemke encaraba sus trabajos en conjunto (papel, cubiertas, letras, ilustraciones, uso del color,…) de tal manera que consiguiera “los ingredientes necesarios para cumplir las intenciones del autor y que ayudar al lector a leer”.
En este sentido, “Ferdinando el toro” es un libro de tapa dura donde cubierta y contracubierta participan de una misma ilustración (algo que Klemke utilizó más veces), con hojas de alto gramaje y color “crudo” en el que resalta el texto manuscrito en color, que va cambiando de unas páginas a otras incluso en un mismo párrafo pueden aparecer dos colores y/o alguna palabra subrayada con otro color distinto. Las ilustraciones siguen respondiendo a las posibilidades plásticas del texto que Werner, al igual que las letras, dibuja y pinta con ceras de colores. Las composiciones rinden tributo a las de Lawson en el uso de los espacios en blanco pero, debido al color, sin el efecto de “espacios en positivo y en negativo” que creara el primero. Algunas de las formas nos recuerdan a dibujos de Picasso y todas gozan de un estilo espontáneo, a modo de apuntes del natural, aunque puedan ser muy elaboradas. Esto, junto con la corta gama de colores utilizados (azul, rojo, amarillo, verde, negro y algo de marrón) crean una atmósfera infantil y divertida que vuelve a poner a la forma un poco por delante del contenido. Pero es precisamente esa atractiva y divertida forma el vehículo perfecto para hacernos llegar ese contenido por el que Ferdinando el toro sigue siendo una bandera contra la beligerancia y a favor de las opciones personales.
Añadir por último que la traducción, empezando por la elección de Ferdinando en vez de Fernando (aunque en alguna de las versiones traducidas apareció esta segunda opción), podía haber sido, en cualquiera de los casos, algo más afortunada.


(*) Bettinna Hürliman, Tres siglos de Literatura Infantil europea. Editorial Juventud. Barcelona, 1982. Páginas 153 y 241.

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