De Kurusa. Il. De Monika
Doppert. Col. Así vivimos. Ediciones Ekaré. Caracas. 1981.
Un libro que cumple 35
años y sigue igual de vigente... por desgracia.
La
Literatura Infantil y Juvenil moderna se impulsa, tras la II Guerra
Mundial, con el espíritu de Jella Lepman; la búsqueda de esperanzas
e ilusiones, de alegrías y ayudas para los niños supervivientes y
los por venir. Esto, desde mi punto de vista, trajo consigo una LIJ
optimista en la que se cuidaba mucho la salud mental del joven
lector, dejando a un lado libros que pudieran ofrecer una visión
agresiva, pesimista o desoladora de la vida.
Poco a
poco, en las historias e imágenes para niños, hemos visto una
progresión que pasaba de libros de una temática más restringida a
unos nuevos con un mayor nivel de compromiso, denuncia, atrevimiento,
sentido crítico,… por supuesto en las novelas juveniles pero
también en libros infantiles: en sus textos y en sus ilustraciones
(la guerra, el género, la muerte, la interculturalidad, etc.).
Sin embargo
hay una parcela en la que son pocos los títulos que encontramos en
el mercado: la denuncia social sobre las condiciones de vida de los
más desfavorecidos y la actitud de los políticos ante la misma.
Aquí es
donde Ekaré sitúa la mayor parte de los títulos de su colección
“Así vivimos”, con relatos que están tomados directamente de la
realidad y el testimonio de quienes los han vivido. Y aquí es donde
aparece “La calle es libre” de la antropóloga y escritora
venezolana Kurusa (Carmen Diana Dearden) cuyo conocimiento de otras
realidades sociales le motivan más aún a denunciar la situación de
la vida en “los barrios” de Caracas.
La
narración se presenta como un documental que nos va introduciendo
primero en el tiempo de la historia (desde los cerros vírgenes de
Caracas a la proliferación de los barrios de chabola), luego en la
necesidad de los niños de un espacio para jugar, para terminar con
la historia ya centrada en personajes concretos, sus acciones
reivindicativas y la consecución del parque para jugar.
La
ilustración repite ese ejercicio documental, con una observación
minuciosa de cada detalle, con una contextualización absoluta y con
un paso a la creación de personajes bien caracterizados y
diferenciados cuando el texto lo exige. De esa manera, los lugares y
las personas que comienzan siendo lejanos para el lector, van poco a
poco incorporándose a su galería personal, a su mundo de conocidos
y le va permitiendo integrarse activamente en la historia.
Enemiga de
los estereotipos, Monika Doppert hace un trazado minucioso de
personajes, ambientes, materiales y acciones, quedando no sólo como
una cronista de lo que ve sino también impregnando de verdad,
sentimientos y emociones cada una de las ilustraciones que, en este
libro, se alternan cada dos páginas entre el color y el blanco y
negro: el color para cimentar el realismo, el blanco y negro para
recordarnos y apoyar lo ceniciento de la situación.
Sus más de
quince años vividos en Venezuela y su trabajo como profesora de
ilustración en el Instituto de Caracas, le permiten plasmar lo que
una observación reflexiva y sin prejuicios es capaz de retratar.
Retrato
de una ciudad llena de detalles, de todos sus
detalles: las macetas en latas, los finos
tabiques de una sola fila de ladrillos sin enlucir, la policía
cacheando en medio de una calle, niños semidesnudos, huecos de
ventanas sin ventanas, ropa tendida poco lustrosa, conductos de aguas
residuales al aire, suelos sin asfaltar, tejados de chapas con un
ladrillo encima para que no se vuelen,… y tantos elementos que nos
informan de otro tipo de ciudad. La ciudad de los desposeídos de
futuro. Sin embargo ilustración y texto se unen en una esperanza
final: juntos se puede. Juntos consiguen ese parque anhelado y, quién
sabe, tal vez se podría conseguir mucho más. (En la historia real en la que se basa este libro, el parque no se consiguió).
Entre
otros premios, este libro apareció en la Lista de Honor de IBBY en
1982. Sus treinta y cinco años no le han restado un ápice de
calidad y vigencia.
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