En un curso de
costumbres y tradiciones, nos hablaron de cómo en algunos pueblos
elaboraban con la harina del primer trigo recolectado, unas galletas
con una forma de lobo muy rudimentarias, para luego comérselas y así
exorcizar los miedos a las pérdidas de cosechas y consecuentes
hambrunas.
Los lobos, ciertamente,
han pagado el pato de representar los miedos rurales de una
forma, en su día, justificada: cuando los rebaños estaban
desprotegidos o cuando había que cruzar un bosque en soledad. El
lobo se convierte en un arquetipo del miedo, también urbano, por
antonomasia con la divulgación de Caperucita, aunque 200 años antes
de nuestra era se decía aquello de que Homo homini lupus: el
hombre es un lobo para el hombre.
Añadamos
la leyenda del hombre lobo, algo arraigado en numerosas culturas y
que puede responder a la agresividad que se despierta en personas
marginadas bien por su vida aislada en los bosques o bien por alguna
enfermedad “corporal”, especialmente la hipertricosis (exceso de
pelos en toda la piel).
Pero
también con la difusión de los estudios de los naturalistas, se
acercó la idea de clan de los lobos, de protección, de cooperación
en la caza, de cuidado grupa l de los cachorros, de control de
herbívoros y por tanto de pieza fundamental en el equilibrio
natural. Esto vino a presentar al lobo también “en la parte de los
buenos”, como ocurre en “Los libros de la selvaa”, de Kipling.
Entre
una idea y la otra, la Literatura Infantil y Juvenil ha venido
mostrando numerosos y variados lobos (hasta el pez-lobo de Munari en
su Caperucita Azul). Más
variados aún, cuando aparecen las versiones humorísticas y tenemos
hasta lobos divertidos, como los de Mario Ramos (bonito homenaje en
el blog de La Casa de Tomasa).
Ahora
vendría bien un buen listado de libros sobre lobos pero la función
de este post es solo la de presentar “Dip. Más allá de la
oscuridad”.
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